El Lunfardo: la lengua del tango

Por parte de los italianos, algo parecido al lunfardo puede ser el cocoliche, es decir una mezcla entre italiano y castellano. El cocoliche es otra jerga de origen italo hispana que ha tenido menos fama que el lunfardo, porque para este último, dado el anhelo que sentían algunos argentinos por diferenciarse lingü.sticamente, no ha faltado quienes lo definían como “el genuino lenguaje porteño”.

Aún ahora cuando un italiano intenta hablar castellano se dice que habla en cocoliche. De hecho según en diccionario de la Real Academia Española el cocoliche es una “Jerga híbrida que hablan ciertos inmigrantes italianos mezclando su habla con el español” mientras que un cocoliche es “un italiano que habla de este modo”.

El cocoliche nació espontaneamente cuando los italianos llegados a Argentina como inmigrantes empezaron a salir de los conventillos y necesitaban de una lengua para comunicar. El término “cocoliche” nació del apellido de Antonio Cuccoliccio, un inmigrante que trabajaba en el circo de la compañía de Pepe Podestá.

Una de las “leyendas” nos cuenta que un día el cómico Celestino Petray durante una de sus representaciones empezó a hablar como Cuccoliccio y dijo: Me quiame Franchisque Cocoliche, songo cregollo gasta lo güese de la taba de la canilla de lo caracuse, amigo (Me llamo Francisco Cocoliche y soy criollo hasta los huesos del tobillo y de la pierna, amigo). Este espectáculo tuvo mucho éxito y fue en ese momento que nació el personaje llamado “Cocoliche” que divertía el público de ambas las orillas del Río de la Plata.

El público recibió freneticamente el nuevo personaje por que supo descubrir, tras la aparente broma, el acierto social del mismo. Cocoliche se convirtió en protagonista de innumerables sainetes y al fin, en esencia, aunque no en nombre fue dignificado por Florencio Sanchez.

¿Que es el cocolichismo en definitiva? Es el afán heroico de ser criollo, el desafío al ridículo, la proclama tragicómica de un deseo de convivencia que el italiano arroja al ruedo social para monstrar a todos su tentativa generosa de asimilación. La xenofobia hacia el gringo no pasó de la burla cariñosa, toda esa inmensa lagión de cocoliches incansables para el “laburo” (palabra derivada del siciliano laburu) prohijó luego generaciones de comerciantes prósperos, de doctores renombrados, de gobernantes hábiles, de élites intelectuales y artísticas.