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La política editorial en el regimen cubano

La literatura como espacio crítico. Algunas consideraciones

Sin embargo, a la larga esos pactos fueron lo que predominó, y la literatura (por supuesto, no la literatura “de la Revolución”) abrió, en ocasiones, espacios críticos que no se ponían de manifiesto, por ejemplo, en el ejercicio del periodismo o la opinión periodística de largo alcance, como podría ser el periodismo político-social o la politología.

Las zonas críticas abiertas en la literatura cubana de los años setenta y en el decenio de los ochenta, son las mismas que dispararon los mecanismos de la censura editorial y activaron los resortes de una política editorial que, en el caso concreto de la literatura cubana de la isla, iba en lo esencial a practicar la vigilancia sobre la crítica y sobre la presencia de situaciones “no revolucionarias”, actitudes —de personajes, de voces narrativas, de sujetos líricos en el caso de la poesía, de “sujetos conflictivos” en el caso de la escena teatral— “no revolucionarias” y perspectivas artísticas “no revolucionarias”.

La revista Temas, que en sí misma es hija del cambio de perspectivas aportado por los años noventa, ha contribuido sobre esto con la transcripción de un panel titulado “El debate de ideas en la cultura y el pensamiento en Cuba”. Alrededor de esto, y a tenor de la política editorial y de cómo los espacios de opinión (o de disensión) están fuera de la prensa y de la televisión nacionales (gubernamentales) y entran en (o coinciden con) la literatura, valdría la pena citar lo siguiente: “La idea de que no tenemos suficiente cultura del debate entre nosotros /…/ corresponde, en primer lugar, con una carencia en los medios académicos y culturales en general, y en segundo, con la ausencia de ciertos temas, que resultan tabúes, que no aparecen en el debate público o reconocido, y quizás sí en el más íntimo /…/ Para que una sociedad se reconozca a sí misma y comprenda cuáles son sus problemas, es fundamental que las instituciones /../ sean capaces de recoger y dar cabida a esos temas /…/”.

Sin embargo, más adelante dice: “Me asombro cada vez que compruebo cómo, en los círculos más diversos, la gente se plantea que la sociedad cubana está ante un gran dilema: el de qué significa el socialismo, y si en Cuba se mantiene el socialismo o se tiende a una forma de capitalismo. A nivel de calle, la sociedad debate este problema, aunque brille por su ausencia en el medio académico y en los de difusión”. En páginas siguientes de la transcripción —y pensemos en esa dislocación de funciones de los espacios del periodismo, el debate socio-político y el realismo de la literatura—, Mayra Espina aclara lo siguiente: “Cuando uno lee los resultados de las investigaciones de las ciencias sociales de la segunda mitad de los años 80 en la economía, la sociología, la psicología, y los relaciona, advierte un panorama de pre-crisis muy bien documentado. Ahora bien, ¿por qué la ciencia social cubana no tuvo potencialidad para anunciar esa crisis con toda su fortaleza? Porque esos resultados no estaban interrelacionados. Cuando se analizan solo y de manera aislada los problemas de la economía, resulta muy difícil producir un diagnóstico de crisis o de pre-crisis. Pero si se hubieran podido interconectar los resultados de los distintos campos, se hubiera apreciado un panorama muy diferente al que reflejaba el triunfalismo prevaleciente en aquellos años.
Ahora nos está pasando algo similar: el debate se concentra en problemas particulares, se desarrolla en espacios específicos donde se consigue implementar, pero no se logra conectar todas las aristas y dimensiones del problema, y por lo mismo no se da el salto a las cuestiones estratégicas de los destinos de la sociedad”.

Pedro Pablo Rodríguez es más explícito hacia el final del debate. Allí dice: “los medios de difusión deben abrirse al debate, lo que no acaba de ocurrir nunca. Desde los años 60 se ha estado planteando, y no se ha dejado de replantear desde entonces. Llegamos a 2005 y uno se pregunta: ¿para qué hablar de lo mismo, si sigue igual? Lo mejor que encuentro en la prensa cubana es la sección de correspondencia del diario Juventud Rebelde, por lo que el pueblo plantea y por las increíbles respuestas de la mayor parte de los funcionarios. El periodista que se ocupa de esta sección, que resulta una disección fabulosa de la burocracia cubana, tiene que emprender constantemente un debate con esa burocracia, mientras que esta le recrimina, una y otra vez, que deje expresarse de esa manera a los lectores, a quienes tilda de cuestionar la Revolución, simplemente porque cuestionan la conducta de la burocracia y de los organismos estatales”.

Estas palabras se afinan un poco más con la intervención del famoso compositor e intérprete César Portillo de la Luz, quien expresa lo siguiente: “Yo me pregunto: ¿de dónde debe emanar la directiva de los problemas ideológicos que tienen que ver con la cultura artística? ¿No es un tema que atañe al sector ideológico, al Ministerio de Cultura, al de Educación, y otros organismos, incluso los que velan por la seguridad del país? ¿Cuántas instituciones deben intervenir en la formulación de una colegiación para resolver los problemas que nos ocupan? Lo que nos ocurre se debe a que todavía somos una sociedad que arrastra una sedimentación de la cultura capitalista que heredamos, y estamos arribando a duras penas a una cultura científica, socialista o marxista. Esta carencia se refleja en que, paradójicamente, haya sido posible encontrar hombres decididos a jugarse la vida para derrocar la tiranía de Batista, mientras que no se han podido encontrar suficientes hombres brillantes para lograr articular una política cultural como la que requiere la sociedad que queremos construir”. Sobran los comentarios.

Me he detenido en este conjunto de opiniones porque, salvando las distancias, con ellas y otras ocurre lo mismo que con las recientes discusiones llevadas a cabo por medio del correo electrónico —en el ciberespacio— sobre la cultura cubana en los años sesenta, la política cultural y la memoria histórica de diversos procesos desenfocados y/o silenciados durante muchos años. Son, en primer lugar, discusiones limitadas, y poco accesibles, en segundo lugar. Temas no es una revista popular, sino dirigida más bien a especialistas dentro de la cultura y las ciencias sociales. Y en Cuba ya se sabe que sólo una minoría dentro de la minoría cultural tiene acceso al correo electrónico.
Pero la edición de libros es otra cosa: es la posibilidad de divulgar, virtualmente en todos los niveles y capas sociales, y en virtud de la extraordinaria movilidad de los libros y el lenguaje escrito, los contenidos de un espacio que podría llenarse de discusiones e ideas como mínimo políticamente “inoportunas”. Por esa razón las autoridades de la cultura en Cuba siguen pensando en una “literatura revolucionaria”, al menos como programa literario deseable, y, sobre todo, en obras literarias que no “afeen” la imagen de la conflictiva sociedad construida después de 1959.

Si bien en el Quinquenio Gris la censura —literaria, política, o político-literaria ejercida por los funcionarios de las editoriales— contaba con temas tabúes como el sexo, la corrupción administrativa y algunos otros —en los setenta era impensable manejar personajes periféricos como un gay o una lesbiana, o tratar el sexo descriptivamente, por ejemplo, hasta los límites de la obscenidad y la pornografía—, ya en los ochenta y los noventa ese tipo de censura se afina y decanta sus zonas de atención. Los gays y las lesbianas son aceptados y entran, con las jineteras y los jineteros, en el espacio literario, como mismo entra el sexo —de cualquier naturaleza y con cualquier orientación—, y estos son elementos y personajes “aceptables” en un medio que vivió, primero, la penalización de la moneda estadounidense, el dólar, y que después asistió a su despenalización cuando la economía cubana alcanzó su más grande crisis histórica, poco después del derrumbe del campo socialista, a la distancia de sólo uno o dos años de un nuevo éxodo llamado, como hemos advertido ya en el capítulo anterior, la Crisis de los Balseros. Es entonces cuando la política editorial (y, desde luego, la política cultural) tiende a modificarse, a afinar, como hemos aclarado, sus mecanismos, y a hacerse más sutil.

Las autoridades “permiten” la crítica social, o el “juego a la crítica social”, siempre y cuando no se produzcan cuestionamientos directos ni indirectos del poder político cubano, concretamente de la figura de Fidel Castro.

Questo brano è tratto dalla tesi:

La política editorial en el regimen cubano

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Informazioni tesi

  Autore: María De Las Nieves Hernández Redonet
  Tipo: Tesi di Laurea
  Anno: 2006-07
  Università: Università degli Studi di Catania
  Facoltà: Lingue e Letterature Straniere
  Corso: Lingue e Culture Europee
  Relatore: Luciano Granozzi
  Lingua: Spagnolo
  Num. pagine: 146

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l
revolución cubana
política editorial
represión culturall

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